XVI
siento la envidia de saberte intocable y tocada por el aire de otro, envidia de los ojos que miran cuando bajas el cierre de tu falda, envidia de las manos que te rosan la mano al extender una copa, envidia de saberte, envidia de conocerte, envidia de desearte, envidia de destruirte, porque lo que se envidia se destruye, se corroe, se corrompe, se desvanece en la obsesión por el poseso de los latidos, obsesión por la naturaleza muerta de tus pestañas, de esa pestaña anclada en mi ojo desde tu ojo.
Conspiro con el destino para que me deje tenerte, tocarte y destruirte, porque no puedo más que desencantarme ante la idea de tenerte presente sin botas, sin flada, sin libros sentada desnuda en un banco en el parque, sorbiendo un jugo letal de objeto deseado.
Todo eso es la envidia de no saberte conocida.